viernes, 19 de junio de 2009

¿Qué es peor para un joven, el alcohol o la droga?

¿Qué es peor para un joven, el alcohol o la droga?

Las drogas, ninguna novedad en el mundo. Son tan antiguas como el hombre. El hombre comenzó a drogarse desde las civilizaciones más oscuras y elementales. Como estimulante en el trabajo y remedio en la enfermedad, como placentero pasatiempo o extraño rito religioso.
De pronto, la droga irrumpió atropellando sin distinciones, lo mismo a naciones poderosas o pobres, que a las distintas clases sociales, grupos de edad o sexo, avasalladora y dominante. Ayer usada por pequeños grupos, hoy ha desbordado a plazas, hoteles, cafés, patios de colegio, playas, campos deportivos, discotecas, etc.
Hoy no avergüenza de saberse vicioso, sino hasta desvergüenza de proclamarlo. No es asunto de minorías, sino problema de mayorías. Hay aproximadamente 300 millones de drogadictos en el mundo.
Los países occidentales, de tradición cristiana, confrontan este problema de la drogadicción como un fenómeno que, lejos de retroceder o estacionarse, avanza cada día más. En Sudamérica, la drogadicción juvenil aumenta cada año en un 5 %.

La novedad en nuestros días es la mayor disponibilidad de drogas al alcance de la mano. Hay una rica variedad para todos los gustos que las hace llegar al cliente salvando aduanas, fronteras, tratados y policías. Lo que el cliente que pida. La droga se ha filtrado de grupos aislados de adultos hacia estudiantes universitarios, después a jóvenes que cursaban estudios secundarios, hasta llegar ahora a niños que apenas cursan la primaria.

Se drogan tanto los muchachos, como las muchachas. Los jóvenes estudiantes y los jóvenes obreros. Los ricos, los de la clase media, sin que falten aún los pobres. Esta es la trágica novedad de las drogas. Surge como un fenómeno típicamente juvenil. El mundo se ha partido por lo pronto en dos: los adultos tentados por el alcoholismo y los jóvenes por la drogadicción.
Es verdad que existen enormes grupos juveniles que no se drogan ni se drogarán, otros que sólo han probado las drogas ocasionalmente sin que lleguen a convertirse en adictos. Pero sobre el mundo juvenil ha caído un diluvio de drogas. No queremos exagerar, los propios jóvenes saben que es verdad.

¿Qué es un drogadicto?

Drogadicto es la persona en estado de intoxicación periódica o crónica, originada por el consumo repetido de una droga. Quien ha fumado dos o tres veces la marihuana, no es un drogadicto, como tampoco es un ebrio el que se toma dos o tres copas el día de su cumpleaños. La drogadicción supone el hábito, la costumbre, el consumo repetido.
El drogadicto experimenta una necesidad imperiosa, que sin la droga no puede ser, ni estar, ni vivir. Entre él y la droga se produce una dependencia, es decir una subordinación. La droga manda, el drogadicto obedece. Al repetirse las experiencias, aparece la tolerancia y con el tiempo, toma cuerpo la dependencia sicológica. La droga se convierte en una necesidad primaria: "primero drogarse que comer".
Esta es la tragedia del joven, del hombre dominado por cualquier vicio, llámese el alcohol, el sexo, el juego; tragedia de ser súbdito de un poco de yerba, de unos cuantos centímetros cúbicos de sustancias tóxicas, de sus traficantes, de la justicia.
Del corazón del drogadicto desaparece todo otro interés, cualquier ideal de superación. La cultura, el trabajo, el hogar, el deporte, las infinitas bellezas de la vida, todo queda arrumbado. Se vive para la drogadicción. Casi siempre se muere así.

Así pues, las características de la toxicomanía son tres principalmente:

1. Un deseo invencible o una necesidad imperativa de consumir la droga y de procurársela por todos los medios.2. Una tendencia a aumentar la dosis de la misma droga y a combinar el uso de varias. Es raro el toxicómano que se limita a emplear siempre el mismo producto, busca la variedad, la asociación de sustancias, el cambio de una droga a otra durante un mismo "viaje".
3. Una dependencia de orden físico o psicológico respecto a la droga; y una dependencia respecto a los proveedores. Los drogadictos que llegan a las clínicas y a las cárceles también pensaron que una vez era una vez. El drogadicto no nace, se hace.

Nadie nace drogadicto, nadie está predestinado a la drogadicción, y además no hay un camino para llegar a la droga, hay muchos, más de los que nos imaginamos. Se podría decir que la historia de cada drogadicto es diversa, de cómo empieza, porque la historia casi siempre termina igual. La drogadicción termina en la infelicidad, la locura, el hospital, la cárcel y tal vez la muerte.

¿Cómo un joven se hace drogadicto?

Como ya les he contado anteriormente, hay muchos caminos, a continuación se desglosan los más importantes:
a) Juventud:

El sólo hecho de ser joven explica muchas veces las crisis, problemas, tentaciones y caídas que sufren los muchachos en el mundo. Quienes, por ejemplo, comercian con la pornografía o las drogas, conocen mejor que nadie la debilidad de la voluntad juvenil, en eso radica la bondad y abundancia de sus clientes.
b) Inmadurez emocional:

Un muchacho inmaduro, con deseos de evadirse de la realidad, con escasa fortaleza de ánimo, con una sensación de inutilidad en la vida, incapaz de superar las tensiones, insensible al dolor ajeno, hipersensible a las propias penas físicas o morales; con un carácter así, egoísta y débil, para el que toda dificultad es insuperable y todo éxito es insignificante, está más propenso al embate de las drogas, que un carácter combativo, optimista, audaz en la prueba, seguro de lo que hace.

c) Carencia de ideales:

Quienes se drogan no son felices y no son felices porque no tienen ideales, o los perdieron o no saben buscar otros. Por un ideal se ama y se sufre, se vive y se triunfa. En cambio, un joven encuadrado vocacionalmente en el estudio o en trabajo, sediento de horizontes, jamás descenderá al infierno de las drogas.
El que tiene un ideal, no lleva drogas en la mochila, porque lleva alegría en el alma.

d) Ambiente:

El Hogar. Cuando el hijo descubre en su hogar una carencia afectiva y educativa que sus padres tratan de suplir dándole dinero, ese hijo comienza a romper los lazos que lo aten a la familia, destruye las imágenes paternas y se fuga a donde sea. El drogadicto sufre una falta de amor.
Ser padre equivale a dar amor y comprensión, pero también vigilancia y autoridad. Dar una libertad controlada, que permita saber con quien anda, de quien se enamora, de saber sus aficiones, gustos.

La educación escolar. Un colegio maltrecho, que sólo da información, pero no formación; interesada por un discutible programa académico, desinteresada de los problemas de la juventud; abocada a conferir títulos de profesionistas, no vocaciones de hombres.

Medios de comunicación. Las ideas, las opiniones, las convicciones de muchos jóvenes proceden principalmente de cuanto han visto y oído en las pantallas grandes o pequeñasy no de haberlas leído de buenas lecturas o la buena opinión de los padres.

Los amigos. Las posibilidades de que un muchacho esté expuesto al peligro de la droga dependen en gran parte de su unión con amigos, con grupos de toxicómanos, porque el drogadicto tiene una tendencia como natural al proselitismo.

Dichoso el joven que sabe escoger a sus amigos. Amigo es el que nos hace mejores, los demás se llaman enemigos.

e) La curiosidad:
Muy ligada al tema de los amigos, la curiosidad nace con el hombre y lleva a los jóvenes a experimentar las drogas para determinar sus efectos por sí mismos. Pero no imaginan que en realidad es el eslabón de una cadena que no se romperá jamás.

f) Crisis de fe:
Una falta de moral sacude al mundo actual. El joven hoy en día se alimenta, como si fuera el pan de cada día, de violencia, pornografía, drogas, sexo. El resultado: la amoralidad. Los valores morales han perdido a los ojos de los jóvenes toda su importancia y, en consecuencia, los han abandonado, yacen al margen de su vida, no son ya valores, porque para ellos no valen nada, son un lastre y un estorbo que les impide desenvolverse a su manera.
El rechazo de los valores morales, la inercia ante las tentaciones, la pérdida del sentido de pecado, el materialismo práctico en que vive, la ausencia de una conciencia religiosa, la despreocupación y apatía por las prácticas religiosas, todo eso no es más que un espejo que refleja que Dios no le dice nada al drogadicto, simplemente no cree. Sin fe viva, la moral está muerta.
El joven que cree en un Dios, un Dios vivo, un Dios que lo conoce y lo ama, sabe que a Dios se le encuentra por el camino abierto y alegre de la fe, la esperanza y el amor.

¿Qué es peor, el alcohol o las drogas?

Es cierto que el alcohol es infinitamente mejor visto por la sociedad que la droga. Para el vino los honores; para la droga el asco.

El vino, la cerveza entra y sale entre sonrisas y beneplácitos, se le reverencia y se le ama; corre espumoso y jovial, desde la oscuridad del hogar hasta el esplendor de los salones palaciegos.

En un contexto real, de acuerdo con las estadísticas actuales, resulta que el alcohol mata más gente y vuelve demente como cualquiera de las drogas que tanto nos aterran. Esto no quiere decir que las drogas no sean peligrosas, sino que el peligro del alcohol no se quiere ver en toda su trágica realidad, o si se le ve, se le disculpa con mil pretextos sociales.

¿Qué diferencia existe entre el consumo del alcohol y la afición a las drogas?
Podría señalar tres:

El problema evidente no es el uso del vino y de la cerveza, sino su abuso. Se puede beber con moderación o con exceso. Pero no es menos evidente que el margen entre el uso y el abuso es mucho menor para las drogas que para el vino. En otras palabras, se puede tomar el vino o cerveza sin abusar de él. En cambio, cuando se trata de las drogas, el que comienza a usarlas casi siempre termina irremediablemente abusando de ellas. Es más fácil moderarse en el vino y la cerveza que en las drogas.

Por otra parte, cuando se pasa a la patología, al campo de las enfermedades y desajustes del organismo y de la mente, se trata en el caso del vino de una patología de adulto. Mientras que en el caso de la droga se trata de una patología de adolescente. Lo cual constituye justamente su gravedad.

El alcohólico sale de sí mismo, como si el vino le sirviera de trampolín, para lanzarse a romper sus miedos, se vuelca hacia los demás; en cambio, los drogadictos se alejan hasta la idea de realizar un acto, se repliegan en su soledad, rumiando a solas el placer de las sustancias, metidos en un mundo personal de inactividad externa y de alucinantes sacudidas íntimas.
Si entre el vino y la droga existen diferencias, también existen similitudes, tantas como que el alcohol es una droga, como las otras. Si ustedes quieren, aceptada por los hábitos de una civilización tan complaciente cuando le interesa y tan represiva cuando le conviene.
Los problemas de dependencia y hábito casi son los mismos para el toxicómano y el alcohólico.
Esclaviza el whisky como la cocaína, en cuanto que ambos reducen, atan, aprisionan la libertad. En un plan individual, el alcohol y la droga modifican la personalidad y cambian las relaciones del sujeto con el mundo. En un plan social, trastornan la imagen misma de la comunidad.

¿Qué es peor para un joven, para una nación: el alcohol o la droga?

La daga y la pistola son diferentes, pero da lo mismo si cada una de ellas puede producir la muerte o por lo menos la herida.

viernes, 12 de junio de 2009

EL ARTE DE LA COMUNICACIÓN
Los seres humanos somos seres parlantes. Necesitamos y amamos hablar, pues este don nos permite conocernos, conocer y armonizar la convivencia social. Lamentablemente cometemos graves errores en la conversación cotidiana y nos autogeneramos conflictos y enemistades. Desde que la evolución nos permitió adquirir el lenguaje articulado, de palabras con Significado, interactuamos a diario por medio de la conversación.
Conversamos para obtener o dar información, motivar, entretener, convencer o persuadir. Aunque charlar con otros puede parece a simple vista algo fácil, sencillo e intrascendente, ha tenido que pasar mucho tiempo para que podamos hacerlo. Hablar nos da la posibilidad de comunicarnos pero no la garantiza, pues saber hablar no significa saber comunicarse. A juzgar por las estadísticas de divorcios, rupturas comerciales y violencia creciente, pareciera, más bien, que son pocos los que conducen sus conversaciones de manera lo suficientemente adecuada, que les permita evitar, reducir o suprimir la tendencia creciente a la conflictividad. Puede decirse que existen, en esencia, dos tipos de conversación: una que llamaremos catártica y otra que denominaremos dirigida.
En el primer tipo de conversación, la pretensión de quien habla es divertirse, distraerse, relajarse. Se busca entablar un diálogo ligero sin predisposiciones temáticas, para compartir y sentirse bien emocionalmente.
La conversación dirigida u objetiva, busca obtener un resultado previsto, distinto a la mera distracción. Se quiere llevar al interlocutor a pensar, sentir o hacer algo. Por esta razón, se requiere atender a cada detalle que pueda afectar el resultado deseado.
El éxito de cada uno de estos tipos de conversación puede obtenerse siguiendo algunas reglas básicas de eficacia comprobada.
Lo primero que nos toca hacer es cerciorarnos del tipo de conversación de la cual se trata: catártica o dirigida.
En una buena conversación catártica las indicaciones a seguir son las siguientes: - Exprésese y permite al otro expresarse libremente.
- Escuche de manera relajada.
- Evite discutir y competir.
- Evite tratar temas complejos.
- Sea conciliador y evite tener razón.
- Se relaje, ría y disfrute.
- Aproveche para conocer mejor a su interlocutor.
La idea es que el final de estos encuentros sea fresco y relajante. En el segundo caso las cosas cambian. Aquí, en virtud de que existe un objetivo preestablecido, todo tiene importancia, por lo que se espera que usted: - Reconozca el valor de la imagen y los roles.
- Sea cuidadoso al elegir momento y lugar.
- Valore el tiempo dedicado al conversación.
- Elija adecuadamente su lenguaje.
- Escuche más y hable menos.
- Sea moderado y domine sus emociones.
- Esté atento a las necesidades comunicacionales del otro.
- Se muestre racional y negociador.
- Sepa dar "feed back" adecuado y oportuno.
- Se concentre en el tema sin dispersarse.
- Sea cortes y respetuoso.
- Haga preguntas
- Respetar las opiniones distintas.
- Tenga sutileza al expresar sus opiniones.
De manera contrastante a lo que ha sido expresado, veremos que un mal conversador: - Se distrae
- Cambia bruscamente el tema
- Es directo.
- Se muestra impaciente y nervioso o arrogante e impositivo.
- Intenta ganar la conversación.
- Acusa.
- Rechaza las opiniones contrarias.
- Habla más de lo que escucha.

- Muestra poca cortesía respeto por los otros y sus ideas.
Si desea usted tener éxito en sus conversaciones, utilice estas premisas de manera inteligente, sin dejar de prevenir que el tipo de persona, los objetivos y el contexto de conversación varían y deberá hacer los ajustes necesarios dependiendo de cada caso. Si tiene saber que tan buen conversador es y le cuesta autodefinirse, puede pedir a algunos amigos que le den su impresión.
En conclusión, un buen conversador tiene consciencia de sí mismo y de lo que sucede en sus conversaciones, por lo que permite que su interlocutor se sienta bien expresando con amplitud sus ideas y sentimientos. Un buen conversador, es amado por muchos y lleva en sí mismo, la semilla de un líder. Un mal conversador resulta frustrante y desagradable, y cierra su círculo de amigos y negocios, debido a su ignorancia e consciencia comunicacional.

Comunicarse, un acto creativo
Nuestro modus vivendi aumenta el riesgo de quedar aislados de los demás. Por eso es tan necesario mejorar nuestra comunicación en general, reivindicar el placer de la conversación y aumentar el interés por confrontar con los demás nuestras vivencias, opiniones y sentimientos.
Partiendo desde el principio, la comunicación es un acto creativo cuyo éxito no se mide sólo por el hecho de que el otro entienda lo que decimos, sino también porque aporte su propio mensaje. La interacción humana, la comunicación, es la base en la que se forja la convivencia, y una necesidad humana tan esencial como el descanso o la comida. Es en la comunicación donde la persona se construye como el ser complejo que es y donde se produce la socialización. Es un camino, una vía desde la que nos encontramos a nosotros mismos mediante el diálogo con los otros.

Las palabras, sin duda, son fascinantes y nos conviene disponer de un amplio léxico y usarlo con precisión y con toda la libertad posible. Ahora bien, las palabras no pueden aspirar a constituir la totalidad del mensaje, "son sólo el comienzo, detrás de ellas está el cimiento sobre el cual se construyen las relaciones humanas. El cuerpo es el mensaje " (La comunicación no verbal. Flora Davis. Alianza Ed.). Los expertos hablan también de la comunicación no verbal (apariencia física, postura, gestos, contacto corporal y expresión facial, especialmente la mirada y la boca), y del paralenguaje (tono, volumen y timbre de voz, cadencia, inflexiones y silencios). Algunos especialistas aseguran que del total de la percepción de los interlocutores con los que nos comunicamos, el 55% depende de nuestro lenguaje corporal, el 38% del paralenguaje y sólo el 7% de las palabras que utilizamos. En realidad, esta aseveración no es tan radical: nuestras experiencias más iniciáticas son necesariamente no verbales. Los bebés no hablan, pero aprenden sin parar. La verbalidad, viene después. Pero no nos engañemos, la palabra es insustituible. Palabra, voz y gestos forman, pues, un conjunto indisociable en cualquier conversación y, por extensión, en las relaciones humanas. Birdwhistell sostiene "que el lenguaje corporal y el hablado dependen uno del otro. Cualquiera de ellos aisladamente no nos dará el sentido completo de lo que una persona dice". Por eso nos parece tan importante ver a quien habla con nosotros, y no nos gusta abordar ciertos temas por teléfono.
Libertad de expresión
Conversar: una necesidad y un arte
Seamos conscientes de que nuestra forma de ser y estar en el mundo, el tipo de convivencia que creamos a nuestro alrededor, es entera responsabilidad nuestra.
Hablemos de nosotros y desde nosotros. Huyamos de los estereotipos y de las conversaciones exclusivamente banales.
Gestionemos positivamente nuestras limitaciones y miedos. A casi todos nos gusta la gente natural y sincera. Aunque no sea perfectos ni admirables.
Compartamos opiniones, sentimientos y emociones con quienes nos rodean. No seamos tan reservados, y hagamos saber a los demás lo que pensamos, necesitamos y queremos.
Atendamos a nuestra respiración, tono y modulación de voz: nos informan de nuestras emociones y ayudan a que transmitamos bien el mensaje. Tengamos en cuenta también nuestro movimiento corporal y expresión facial.
Miremos a la cara de la persona que tenemos enfrente, tanto cuando nos toca hablar como cuando escuchamos. Utilicemos la sonrisa como señal de aceptación y acercamiento, no como disimulo o para caer bien.
Escuchemos de verdad. Hagamos sentir a la otra persona que es importante para nosotros. Quien sabe escuchar y se interesa por los sentimientos de sus interlocutores, es más querido por los demás. Y sus mensajes son escuchados con más atención y cariño.
Aceptemos opiniones diferentes a las nuestras, aunque no las compartamos. Y reflexionemos sobre ellas.
Eliminemos los obstáculos que frenan la comunicación: acusaciones, exigencias, juicios de valor, prejuicios, generalizaciones o estereotipos, negatividades y silencios tortuosos.
Sepamos del espacio vital y de los límites que cada persona quiere mantener ante nosotros, para que no se sienta invadida en terreno que entiende exclusivo.
Reivindiquemos la ternura y la afabilidad en la charla. El riesgo de resultar empalagosos no debe desanimarnos
El arte de conversar
Para conversar en forma amena su voz debe ser amistosa sin tratar de controlar la conversación, ni levantar la voz. Sin prisa, para que las palabras suenen claras de manera calmada, relajada e informal.
Los buenos conversadores saben que, en toda conversación, se debe escuchar mas que hablar.
En los lugares externos o con personas a quienes no conocemos, debemos vencer la tendencia a evitar la comunicacion: i Sugiera ! Es fácil...
Solo se necesita entrar en el espacio individual de la otra persona de manera informal y calmada para no atemorizar o sorprenderla.
Mire a la otra persona cuando Él o Ella hable, pero cuando es usted quien habla, mire a otro lado de vez en cuando, para evitar intensidades que no concuerden con la conversación.
Siempre es despreciable transformar una conversación en discusión, sesión de instrucciones, analisis críticos o sermones.
Si usted se encuentra cansada, apesadumbrada, aburrida o de mal genio, no continúe en una conversacion.Puede que, algo que diga, dañe sus relaciones con otras personas por mucho tiempo.
El arte de preguntarSiempre que uno pregunta no se puede ser tan ingenuo como para que solamente le respondan con un sí o un no. Anime a la otra persona a explorar sus ideas. Anime sus preguntas indagando ¸¸¿quién, qué, cuándo, dónde, cómo y porqué ? Si desea información genuina haga que sus preguntas sean abiertas, de manera que el interlocutor opine lo que piensa; bueno o malo: -¿Qué piensa usted de esto (o lo otro)? Así usted estará preparado para lo que venga. Quien pregunta bien, lo hace sin revelar el objetivo de su pregunta; así el interlocutor hablará o responderá con mayor libertad. A la pregunta de: -¿Por qué compra usted en la distribuidora? Insta al comprador a dar la respuesta que (él) cree que se busca... Incluso es posible confundirlo deliberadamente. Dependiendo de lo que convenga analice esta otra forma de pregunta: -¿Cómo evalúa la distribuidora donde usted compra ? Es menos directa, más general, insta a conversar y, dado que el comprador no detecta el objetivo, es probable que, su respuesta sea sincera. Otro ejemplo: -¿Por qué prefiere usted esa máquina? Diga mejor: ¿Qué características busca usted en esa máquina? De esta manera la respuesta le proporcionará más información y, dependiendo de su habilidad, será aún más valiosa. De todas maneras si la respuesta a una pregunta general no le es del todo satisfactoria, usted siempre podrá hacer una pregunta directa, sin embargo, una vez que revele su objetivo no podrá retroceder. Así pues, prefiera preguntas genéricas y luego, para sacar aún más provecho: la pregunta directa, al detalle (justo al close up). Y ¡ por favor! haga preguntas cortas, referentes una por una a un solo punto. Algunos -sin técnica- hacen preguntas así: -Dígame, dedica usted mucho tiempo, con tantos ajetreos y productos existentes en el mercado, a estudiar los informes de los fabricantes y comparar costos ? Mejor, lógica y sin rodeos: ¿Cuánto tiempo le toma evaluar un producto? Así, pregunta y respuesta giran, estrictamente, en torno a la comunicación comercial.

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